lunes, 19 de abril de 2010

Bajo la piel



En la aversión que sentimos ante los insectos, lo que predomina es el miedo a sentirnos reconocidos por ellos a través del contacto. El estremecimiento o la repulsión ante la araña que nos camina lentamente por el brazo, tentándonos espaciadamente con cada una de sus patas, se debe quizás a que descubre bajo nuestra piel algo que nosotros mismos desconocemos o nos repugnaría conocer. Palpándonos, la araña nos acerca al antiguo animal, despojándonos de la única cualidad diferencial sobre la que se apoya nuestro principio de identidad como especie: una indescifrable espiritualidad. Severas personalidades de la historia, que han enfrentado sin vacilar las balas o la guillotina, se estremecerían como señoritas frente al terrible espectáculo de una araña carnosa trepándoles por la pantorrilla. La imperceptible cosquilla de tal escalada deviene en puñalada en el preciso momento del contacto visual con el bicho. Y si se fuerza a que el espectáculo de la virilidad sea aún más conmovedor que el del espanto, evitando la parte del agudo chillido de doncella y el instintivo manotazo subsiguiente, entonces todas las fibras subcutáneas del varón se verán recorridas por una trémula vibración, como las cuerdas de un arpa eólica expuesta a las brisas del mar. El caso de las mujeres puede que sea diferente.

Sin palabras II



¡Brutos! No me extraña nada lo que le hicieron a Jesús – repetía la anciana mientras la empleada pública se limaba las uñas detrás del vidrio. En ese momento alguien pasó y tomó nota del insulto. Aún hoy, cuando ya ha pasado la risa, ese alguien continúa deslumbrándose mientras la lee y la transcribe. Ciertas ingenuidades deberían hacernos temblar ante la posibilidad de la palabra. Porque cierta gente nunca se saca de quicio. A menos que tenga razón, claro.

Sin palabras



Me voy a inclinar a tus pies
para pintarte, obediente, las uñas,
y voy a arrastrarme detrás
a recoger en silencio tus ropas.
Voy a mirarte a los ojos, mi vida
para corregir el exceso de sombra
y voy a quedar encantado
con tu incómoda hermosura de loba, mujer

Qué más quisiera que una breve palmada
tuya
sobre mis hombros, sobre mi espalda
para quedarme tranquilo esta noche

que te vas a la milonga.


¡Si no fuera por esta estúpida silla de ruedas!

jueves, 15 de abril de 2010





Sin palabras


Tenía en la punta de los dedos la sensibilidad que tienen los bigotes de un gato. Puede entenderse entonces que para ella acariciar no era un acto ordinario. Un día rozó sin querer aquella barba abundante y se estremeció hasta caer desmayada. Él no supo que decir y procedió a afeitarla. Jamás volvió a mirarlo.

Expansión de la palabra arrancada de la vida real

Ella lo amaba sin conocerlo hasta que él cometió el crimen de escribir para divertirse. Para una romántica que veía en el arte un gesto ligado vida, a bocanadas de aire entre la multitud, fue una repulsión instantánea. Un parpadeo tras el cual le fue imposible no verlo diferente. Hasta el sexo se le dificultó y a los pocos días no le importó dejarlo. No pronunció otra palabra. Nunca dio o no pudo dar una explicación. Simplemente lo abandonó. Días después se paseaba del brazo de un estudiante tres años mayor. La chica leía a Pizarnik.

Expansión de la palabra

Si la culpa no fue mía entonces no fui yo quien te pedía perdón, y si no era yo quien pedía perdón tampoco es mío ese pantalón manchado en las rodillas. Y si no es mío ese pantalón tampoco es mía la carta que encontré en el bolsillo; esta que ahora sostengo en mi mano. Es extraño, podría jurar que la letra diciendo me voy era la tuya.

domingo, 28 de marzo de 2010



"A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces de cabalgar el huracán"