Ella lo amaba sin conocerlo hasta que él cometió el crimen de escribir para divertirse. Para una romántica que veía en el arte un gesto ligado vida, a bocanadas de aire entre la multitud, fue una repulsión instantánea. Un parpadeo tras el cual le fue imposible no verlo diferente. Hasta el sexo se le dificultó y a los pocos días no le importó dejarlo. No pronunció otra palabra. Nunca dio o no pudo dar una explicación. Simplemente lo abandonó. Días después se paseaba del brazo de un estudiante tres años mayor. La chica leía a Pizarnik.
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